Escocia, obra que se nombra en el tiempo de la desmesura tiránica, arrastra así las épocas allí reunidas, entre el siglo XI y el siglo XXI, entre los tiempos medievales de constitución del territorio británico, brutal carnicería, y los despojos de una actualidad convaleciente.
En ambas temporalidades, la fiesta totémica se pavonea en el poder bizarro y la venganza, eso que bien
podríamos nombrar del imperio de la sospecha y la paranoia.
En ese trasluz se mueven los personajes de Shakespeare y de Verónica Santángelo, es ese juego de espejos, ostentaciones y lujurias. La luz –a cargo de Ernesto Bechara- y la caracterización y vestuario –a cargo de Cecilia Acosta y Madga Banach- funcionan como auténticas presencias, sin cuya alternancia y arrogancia no habría tal impacto en las modulaciones, los gestos y las transformaciones que operan en los personajes. Estos seres gorgoteantes jadean en la nuca de los espectadores, rozan esos cuerpos y subyugan con una lógica que hace recordar las experiencias escénicas de Eugenio Barba. Todos allí sumergidos, fluyendo por los filtros de la intriga que enciende, girando en el pozo, el caldero clásico que sofocan las brujas, soterrando las verdades prontas a estallar, bajo el designio de una lógica que se vuelve tanto ajena como primordial.
El amor está presente pero al modo transfigurado del poder que aprovecha, ya que no habrá en esta apuesta, en la que pronto quedan inmersos sus espectadores, otra posibilidad para ellos que el sorprendido mutismo, el horror congelado, la amenaza incesante de hallarse dentro del espacio ritual. Atrapados para una sucesión de crímenes ensalzados en descomunales estrategias de lenguaje. El ámbito es oscuro, ruin, pero no hay circunspección, sino mohín cómplice, agazapada el ansia del mirón que pagará con su vida. Como en las otras grandes estrategias de Shakespeare, sus tragedias postergan, excitan y exacerban el momento fatal, el
desenlace que en Escocia está perfilado en su ritmo cambiante y paroxista
Pero lo que en Shakespeare es del orden estricto del lenguaje, de la elucubración, en Escocia adquiere connotaciones viscerales, el cuerpo obsceno entregado al incesto y la excrecencia, todo allí supura restos, naufragios, sufrimientos sin elaborar. La estructura reproduce parejas, tantas como díadas pretenda el poder, entre la envidia y la sustitución –o más bien la usurpación-, cada escena lleva al desenlace fatal, no habrá lugar más que para eso único –aunque se nombre plural- que es del orden de otro mundo: la muerte, las brujas, las furias impares que se agitan desde tiempos de Orestes, pues en Escocia y de un modo exquisito, hay siniestra feminidad en todos sus personajes, pulso de tambor que suda desde una palangana de sometimientos – en el golpe de Isabel-, respiraciones y berreos surgidos del arcano de los tiempos, leche agria, matriarcado y crimen, pero también su contraparte: matricidio.
Toda la obra es doble: Salomé y Marta, Ruth y Abel, Salomé y Abel, Marta y Ruth, etcétera, duplicada a su vez en el enfrentamiento socavado entre las dos parejas heterosexuales; más la cifra impar, la tríada configurada por Nena, Isabel y Lilith. Lilith y su transexualidad, extraordinario hallazgo, síntesis de ese dos, reduciendo así también la retórica de las brujas a su doble coordenada. El doble: el nombre propio de esta obra donde los enfrentamientos crecen proclive la distancia se cierne y se reduce a cero. A su vez, estas dos fuerzas –las del primero y el segundo grupo de personajes- se entrelazan enfrentadas, también duplicadas, de tal modo que hay contacto carnal, permanente implicancia de parlamentos que se resuelven en planos
cinematográficos, en el primerísimo primer plano y aún en el plano detalle, las bocas y los rostros iluminados por una última luz cegadora, a un paso de la delación.
Escocia es la historia de las víctimas y los victimarios, de cómo el orden se subvierte allí y los cuerpos drenan. Un gusano sexuado y ruin transita la periferia de la escena, son los siete personajes ensamblados, emparejados, aplastados por sus soliloquios y sus parlamentos, vociferan incluso pero nadie los escucha. Son súplicas y lamentos, son furiosos descargos, ese es Shakespeare encadenado a la galera de Padre Ubú, a sus terribles designios y caprichos, es un Shakespeare desheredado, acorde a este tiempo, un desterrado arrojado a la diáspora de haber perdido incluso las referencias de su lengua madre. En esa periferia ritual y autista es plausible que los personajes hablen muchas lenguas, otras, discursos rotos e interferidos, suburbios
psiquiátricos, huérfanos, arrojados a su propia combustión malsana.
La acción avanza acorde a la lógica de los excesos, en una simultaneidad de recursos y escenarios, desdoblamientos circenses con sus pistas múltiples, salto en el vacío, truco del trapecio y del vaudeville, allí la desnudez y la sexualidad toman la forma del full contact, con una gran versatilidad y entrega. Es que en Escocia el tiempo apremia, parecen los lobos hambrientos de su propia cacería, todo ha de ser deglutido, profanado, finalmente transformado hasta no dejar más que un hueso calcinado, a su modo su propio estallido, su arborescencia atómica, su preciada radiación. Allí la obra es contemporánea, ajena, dolorosa, acongojante, tomando el guante del absurdo de Beckett, llevándolo más allá, a un nuevo territorio estético y estilístico que está en ciernes, sigue escribiéndose.
Esta obra, como bien ilustra el apócope que acompaña en el programa, es “la experimentación de un lenguaje dramático”, no sería entonces sin los otros artífices de esta revelación: Fernando González (Salomé), Gabriela Ramos (Marta), Renata Aiello (Ruth), Claudio Morales (Abel), María Gracia Garat (Nena), Marina Andrada (Isabel) y Martín Diese (Lilith), en un tiempo real donde el lenguaje vibra ”construyendo colectivamente una verdadera máquina teatral”, pues allí están también excomulgados los fantasmas de sus imprecaciones junto con aquello oscuro y universal que yace en lo humano: pisoteos, texto sobre texto, paralenguas, alucinaciones, flash backs, secuencias rotas, cuerpo que deriva, finalmente lenguaje propio.
Cristian Rodríguez
((Escritor - Cineasta - Psicoanalista))
((Escritor - Cineasta - Psicoanalista))
// Gracias Cristian // (( La Tropa Escocesa))
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